La actriz China Zorrilla, de cuyo nacimiento se cumple un siglo el próximo lunes, surgió para el público argentino a los 49 años de edad, cuando Lautaro Murúa la convocó para dirigirla en el papel de madre del protagonista en la segunda versión cinematográfica de «Un guapo del 900», en 1971.
Descendiente de una familia de alcurnia, criada en París y «figura» en el estrecho firmamento estelar montevideano, donde no existe el cholulismo y el actor y su personaje desaparecen cuando cae el telón, en los ’50 había sido una de las «protegidas» de Margarita Xirgu, amiga de Federico García Lorca, a las que a catalana prohibía presenciar las funciones de El Galpón o de cualquier elenco independiente.
Hija del escultor José Luis Zorrilla de San Martín, autor de varias obras monumentales en ambas riberas del Plata –una de ellas la ecuestre de Julio Argentino Roca en la avenida homónima y Perú, en Buenos Aires- y nieta del «poeta nacional» Juan Zorrilla de San Martín, creador del «Tabaré», aparece en viejos programas de mano como Concepción Zorrilla y aun como Concepción Zorrilla de San Martín.
Su apodo familiar, «China», se oficializó al afincarse en Buenos Aires, donde desde el principio se la consideró una artista propia.
Además de actriz era directora, adaptadora, productora teatral cuando se la necesitó y a partir de 1973, ya instalada en la Argentina, ayudó a varios de sus compatriotas a huir de forma poco ortodoxa, burlando los pasos fronterizos de Uruguay, cuando se instaló allí una dictadura cívico militar que era ajena a la tradición política del país.
(Foto Manuel Fernández)
Segunda de cinco hermanos, la mayor, Guma (Gumersinda) fue con los años una destacada vestuarista teatral, quien no solo acompañó como tal a China en escenarios rioplatenses sino que también trabajó para la Comedia Nacional uruguaya y directores como Omar Grasso, Norma Aleandro, Antonio «Taco» Larreta, entre muchos, y responsable de los vestuarios de las películas argentinas «Nunca estuve en Viena» (1989) y «Besos en la frente» (1996).
La infancia de China transcurrió en París, donde su padre -discípulo del escultor Antoine Bourdelle- eligió trabajar después de ganar el concurso para el Monumento al Gaucho, que fue instalado en 1927 en la zona céntrica de Montevideo.
Eso le dio un carácter mundano que jamás la abandonó, incluso cuando cursó en el exclusivo colegio Sagrado Corazón de la capital uruguaya y luego cuando se vinculó al grupo de teatro vocacional Ars Pulcra, perteneciente a la Asociación de Estudiantes Católicos.
Allí debutó recitando en francés «La anunciación de María», de Paul Claudel, con la dirección de Román Viñoly Barreto, otro oriental que con los años cruzó el Río de la Plata y se hizo notorio como cineasta y autor de películas como «Corrientes… calle de ensueños!» (1949), «La bestia debe morir» (1952) y «El vampiro negro» (1953).
En Londres fue alumna de la gran trágica griega Katina Paxinou en la Royal Academy of Dramatic Art, gracias a una beca otorgada a sus 24 años por el British Council, y en la oportunidad conoció en la BBC a René Arturo Despouey, considerado el fundador de la crítica teatral uruguaya, y al alicantino José Estruch, refugiado del régimen franquista, luego formador de grandes intérpretes en Montevideo.
(Foto Manuel Fernández)
Esa estadía europea no solo la fortaleció como artista sino que reforzó su personalidad curiosa, inquieta e innegablemente magnética: regresó a su ciudad natal en 1948, en coincidencia con Despouey, que dictó cátedra desde sus columnas sobre teatro en el semanario Marcha y otras publicaciones y con Estruch, que dirigió teatro y fungió como maestro, lo mismo que había hecho después de la guerra con 4000 chicos vascos refugiados en Londres.
Debutó con un papel protagónico en «Una familia», de Antonio «Taco» Larreta, un nombre fundamental en el teatro uruguayo del siglo XX y amigo íntimo suyo, con el que más adelante fundó el elenco profesional Teatro de la Ciudad de Montevideo (TCM), junto a otro prócer, Enrique Guarnero, proveniente de la Comedia Nacional.
De entrada fue la gran dama del teatro oriental –donde además de la Xirgu figuraban también en primera categoría Estela Medina, Estela Castro y la argentina naturalizada Maruja Santullo- y actuó en más de 80 obras, sobre todo en el Teatro Solís y la Sala Verdi, escenarios oficiales de la Comedia Nacional hasta la actualidad.
Como directora llegó a comandar a la mismísima Xirgu, pero también recibió instrucciones del uruguayo Calderón de la Barca y los argentinos Armando Discépolo y Orestes Caviglia, varios años establecidos en Montevideo por disidencias con el gobierno peronista.
Así apareció en «Bodas de sangre», de García Lorca; «Macbeth» y «Sueño de una noche de verano», de William Shakespeare; «Don Gil de las Calzas Verdes», de Tirso de Molina; «Una farsa en el castillo», de Férenc Molnar; «El tobogán», de Jacobo Langsner; «Filumena Marturano», de Eduardo de Filippo; «Todo sea para bien», de Luigi Pirandello; y su enorme éxito, «La casamentera», de Thorton Wilder, que todavía no se había transformado en Estados Unidos en el musical «Hello, Dolly!».
En Londres fue alumna de la gran trágica griega Katina Paxinou en la Royal Academy of Dramatic Art.
En 1961 se desvinculó del elenco oficial y cofundó el citado TCM, un elenco comercial de alta jerarquía que funcionó en el ya inexistente teatro Odeón, cercano a la Ciudad Vieja montevideana, donde se estrenaron obras como «Ejercicio para cinco dedos», «Un sombrero lleno de lluvia», «Un enredo y un marqués», «Porfiar hasta morir», «La zapatera prodigiosa», con muy selectos elencos secundarios. La compañía viajó por todo el mundo.
A mediados de los ’60 detuvo su actividad escénica y se fue a vivir en Nueva York para trabajar como secretaria en una agencia teatral, dictar clases de francés y establecer un promocionado romance con el cómico Danny Kaye, del cual existen dudas. Conoció entonces a un joven Dustin Hoffman, pero jamás pensó que llegaría a ser la estrella que luego resultó.
A su regreso y en paralelo a su actividad teatral, Zorrilla se transformó en una presencia habitual en programas vespertinos de la televisión uruguaya, donde desgranaba con su modo particular anécdotas vividas o quizás exageradas –era muy afecta al humor fino y a la exageración- y lograba ratings de audiencia inusitados para ese horario.
Produjo, tradujo, adaptó y dirigió las óperas «La bohème», de Giacomo Puccini, y «Un ballo in maschera», de Giuseppe Verdi en Montevideo. Y en 1975 tuvo la régie de «El barbero de Sevilla», de Gioachino Rossini, en el viejo Teatro Argentino de La Plata.
A principios de los ’70, cuando llegó a la Argentina, produjo una exitosa versión teatral de «Arlequino, servidor de dos patrones», dirigida por su compatriota Villanueva Cosse, recorrió pequeños teatros con su adaptación de «La voz humana», de Jean Cocteau –»Hola, hola…1,2,3″-, y se integró de lleno al teatro, al cine y a la televisión, para transformarse en una verdadera diva.
A mediados de los ’60 detuvo su actividad escénica y se fue a vivir en Nueva York para trabajar como secretaria en una agencia teatral, dictar clases de francés.
En teatro cumplió innumerables roles, durante un tiempo formó un dúo con Carlos Perciavalle –su compatriota e imitador- con el que a principios de los ’70 estrenó en Broadway «Canciones para mirar», de María Elena Walsh, y con el que durante años hizo giras con «El diario privado de Adán y Eva», de Mark Twain.
En TV tuvo gran popularidad a través de ciclos como «RRDT», «Gasoleros», «Enamorarte», «Durmiendo con mi jefe» y «Los Roldán»; y entre las 35 películas que filmó en la Argentina se recuerdan especialmente «Esperando la carroza» (1985) y «Elsa y Fred» (2005, Cóndor de Plata como actriz protagónica).
PREMIOS
Recibió numerosas condecoraciones, entre ellas la Orden de Mayo del Gobierno argentino, Chevalier de la Legión de Honor del gobierno francés, Ciudadana Ilustre de las ciudades de Montevideo y La Plata y hasta un sello postal honorífico en su país.
Se despidió de los escenarios en 2011, a los 90 años, haciendo una gira por todo el país con «Las d’enfrente», de Federico Mertens, dirigida por el especialista Santiago Doria.
Falleció plácidamente a los 92 años, el 17 de septiembre de 2014 en su hogar, en un barrio elegante de Montevideo, como no podía ser de otro modo.
Fuente: Télam