El prestigioso Osmar Núñez da una vuelta de tuerca a su personaje de un director teatral en “Después del ensayo” en el Teatro Picadero, con dirección de Daniel Fanego sobre la base de un telefilme que Ingmar Bergman rodó en 1984 luego de su portentosa “Fanny y Alexander”.
La obra original es una suerte de teatro de cámara que se desarrolla en un escenario abarrotado de objetos que el mismo director, de apellido Vogler, afirma haber utilizado en otras puestas en lo que se supone una vieja sala oficial dedicada a textos de repertorio, y que ya en la madurez le acarrea recuerdos agridulces, algunos de los que refiere ante una actriz muy joven (Vanesa González) más otra veterana y deteriorada por el alcohol (Silvina Sabater), que en el pasado fue su amante y no reconoce que su carrera ha acabado.
Los personajes se llaman Anna y Raquel, son madre e hija, pero no interactúan entre sí.
Como todo Bergman, “Después del ensayo” tiene mucho de autobiográfico -lamentablemente la Argentina solo conoció su cine, por el que público y críticos lo ensalzan como uno de los grandes- y su versión televisiva tuvo como protagonistas a Erland Josephson, Lena Olin (la actriz joven) e Ingrid Thulin (la actriz mayor), esta última recordada por “El silencio”, donde fue pionera en representar una escena de autosatisfacción en 1963, que entonces parecía escandalosa.
El apellido Vogler, cuyos orígenes se suponen alemanes, estuvo por lo menos en otros tres filmes del sueco, a saber: “El mago” (1958), “La hora del lobo” (1968) y “En presencia de un payaso” (1997), además de la obra que nos ocupa, para solaz de los buscadores de coincidencias.
Además de su gran aporte al cine, Bergman se consideraba antes que nada un hombre de teatro; experimentó con marionetas desde su infancia, en 1941 fue director del Sagoteatern, donde realizó siete espectáculos para las infancias, a los 26 años (1944) fue director del Teatro Municipal de Helsingborg, dirigió las óperas “El progreso del libertino” en el Teatro Real de Estocolmo y “La viuda alegre” (1954) en Malmö, fue director general del Real Teatro Dramático (1963-1976) y finalizó su carrera en las tablas en 2002 con “Espectros”, de August Strindberg.
Toda esa actividad no le quitó tiempo para casarse legalmente con Else Fisher, Ellen Lundström, Gun Grut, Käbi Laretei e Ingrid von Rosen, además de mantener duraderas relaciones con las famosas Harriet Andersson, Bibi Andersson y Liv Ullmann, y en total tuvo nueve hijos.
Todo eso está encerrado, aunque no se anuncie en su totalidad, en “Después del ensayo”, cuya acción transcurre tras una agotadora jornada en la que el director Vogler viene preparando una versión de “El sueño”, de Strindberg, que el mismo Bergman puso en escena en 1977. Es inevitable hallar rastros autobiográficos en lo que se ve en el Picadero.
Es en esos momentos de pretendido descanso y reflexión, que al director se le aparecen las actrices que interpretan González y Sabater; la primera es una exaltada aspirante a estrella –seguramente lo será-, cargada de despreocupación y un erotismo que ya está fuera del alcance del director, y la segunda la protagonista de grandes éxitos del pasado aunque los años y el alcohol le impiden la recuperación de aquellos brillos; también el sexo está presente en sus abiertas propuestas hacia Vogler, quien es consciente de la imposibilidad de su consumación.
Osmar Núñez, un actor que ha creado su propio mito personal a través de títulos como “Algo de Ricardo”, de Gabriel Calderón; “Agamenón”, de Esquilo; “Bergman y Liv”, de Lázaro Droznes –en la que tanto el autor como la dirección pifiaban la naturaleza del personaje-; “Colaboración/Tomar partido”, de Ronald Harwood; “Orquesta de señoritas”, de Jean Anouilh; y “Noches romanas”, de Franco D’ Alessandro; entre otras, opta por darle a su personaje un perfil distinto al que ofrecía el sueco Erland Josephson, escandinavo y cercano al final de su vida. Josephson encarnó al mismísimo Bergman en la postrera “Saraband” (2003).
Notoriamente más joven que Josephson, Núñez compone pese a ello a un director avezado y con una larga carrera a sus espaldas que manifiesta su amor por los grandes teatros oficiales en los que trabajó, el olor especial de sus escenarios, su clima cuando está en soledad, y compone un personaje al que el director Daniel Fanego permite una movilidad acorde al estilo del actor, dominante en sus consignas y al mismo tiempo turbado por el paso del tiempo. De hecho, la pieza retrata parte de lo que sucede en un escenario cuando el público no está.
Así sus reflexiones se ven perturbadas por las apariciones de sus actrices -¿realidades o ensoñaciones?-, ambas en los extremos de sus carreras, lo que le permite a Núñez cumplir con su papel de consejero, a veces padre, a veces sádico, en un medio artístico que reconoce como una tarea privilegiada y noble aunque ardua y destructiva. ¿En algún momento el promiscuo Vogler pensará que la sensual y provocativa Anna puede ser hija suya?
Fanego impone un tono costumbrista a la puesta, que hubiera requerido algo más oscuro, y permite que en algunos pasajes los personajes dialoguen en los extremos del ancho escenario, lo que conspira contra la concentración y la intimidad que las relaciones requerían. En otros momentos el veterano director y sus antagonistas lo hacen en cercanía y allí se refuerzan esos diálogos que sostienen verdades o las dejan a la libre imaginación de la platea.
Se ha dicho que “Después del ensayo” es un típico ejemplo de teatro psicológico que ya pasó de moda -¿cuál sería, acaso, el teatro del hoy?-, pero el trío protagónico sabe sacarlo a flote con hidalguía y muestras de verdadero talento. No se puede obviar la tarea de Silvina Sabater, a cargo de algunas escenas de cierto riesgo que muestran el profesionalismo y la audacia practicados desde sus obras con Daniel Veronese en la primera década del siglo.
“Después del ensayo” se ofrece en la porteña sala Picadero, en Enrique Santos Discépolo 1.857, los domingos a las 16.
Télam